
William Llerena sacó de la crisis a su avícola Yema Sol, en el cantón Pelileo. Foto: Glenda Giacometti/ EL COMERCIO
“Hasta antes de la pandemia estuvimos al borde de la quiebra. El 2018 y 2019 fueron años difíciles, por el ingreso de huevos de contrabando de Perú y Colombia. Eso puso en peligro nuestra empresa familiar, fundada hace 42 años por mis padres, Simón Llerena y Gladys Barrera.
Nos preocupamos mucho, porque las pérdidas fueron incrementándose. Varias noches no logré conciliar el sueño hasta las 03:00 de la madrugada, pensando en qué hacer. Se me cruzaron varias ideas y hasta lo más terrible: el cierre de la empresa familiar.
En mi granja hasta antes de la llegada del coronavirus la producción era de 120 000 huevos diarios, que son como alrededor de 4 000 cubetas de 30 unidades cada una. Producir una costaba USD 2,57 y en el mercado apenas lograba comercializar en USD 2,40. Las pérdidas superaban los USD 0,17 por cubeta al día.
No poder dormir me ayudó a resolver parte del problema financiero (lo dice entre sonrisas). Decidí reinvertir parte de los ahorros familiares y busqué un crédito. Creo que es una de las medidas más duras que he adoptado en los 10 años de estar al frente de la avícola Yema Sol, en el cantón Pelileo. Con ese dinero logré estabilizar la economía de la granja temporalmente.
Con la llegada del covid-19 pensé que la situación se complicaría aún más. Imagínese que de la noche a la mañana se cierre todo; la gente permanecía en casa y pensé que me iba a quedar con toda la producción de huevos, sin saber qué hacer o cómo actuar en esos casos, fue duro enfrentar ese escenario.
Tuve que tranquilizarme y analizar un tema que era nuevo para todos. La gente estaba asustada. Paré cuatro días, dejé de vender 16 000 cubetas, pero logré poner en marcha un plan de bioseguridad para la empresa y que hasta el momento se aplica.
Otra de mis complicaciones fue la movilización en pleno confinamiento. Saqué los salvoconductos que el Ministerio de Gobierno comenzó a emitir para transportar los huevos y abastecer los mercados de Quito, Guayaquil, Puyo, Tena y Macas, mis principales clientes.
Fue difícil. Nadie quería viajar al puerto de Guayaquil, porque allá había muchos contagiados y muertos. Los conductores debían traer de allá el maíz, la soya y otros productos que eran necesarios para alimentar a las
120 000 aves de postura que teníamos en los galpones.
En mayo, la situación poco a poco se normalizó y la demanda de los huevos aumentó en los mercados, también mejoró el precio debido a que dejó de ingresar el producto de Perú y Colombia. El precio de la cubeta de 30 huevos subió entre USD 3,10 y 3,20 y se mantiene hasta la actualidad.
La pandemia para unos fue dura y para nosotros, una nueva oportunidad que ayudó a recuperarnos a los que estábamos al borde de la quiebra. Ahora he logrado cancelar buena parte de las deudas en los bancos y las cooperativas.
Aunque en diciembre, a pesar del uso de mascarillas y alcohol desinfectante que aplicamos y las pruebas rápidas, ocho de nuestros colaboradores se contagiaron con covid-19. El médico de la empresa los atendió hasta que se recuperaran de la enfermedad.
En todo este tiempo en mi granja no hubo despidos, más bien incrementamos el personal de 17 a 21 personas. También la avícola se amplió con otra granja que arrendé para la llegada de 12 000 aves de postura. En la actualidad tenemos una producción de 4 800 cubetas, es decir, 144 000 huevos.
Guayaquil es una de las ciudades que más consume el huevo; es uno de los alimentos más completos por sus proteínas, se puede comer todos los días y es barato. Hay un estudio que determina que consumir un huevo al día puede ayudar a un niño a salir de la desnutrición”.
Su trayectoria
William Llerena tiene 40 años y es ingeniero zootenista graduado en la Escuela Politécnica de Chimborazo. También obtuvo una maestría en producción animal en la misma universidad y un diplomado en granjas.
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